La exposición «Nido Amnésico» de Jose J. Torres en la Fundación Canaria Mapfre Guanarteme

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Nido Amnésico
Del 20 de marzo al 9 de mayo del 2014.
Fundación Canaria MAPFRE GUANARTEME. Edificio Cultural Ponce
de León, calle Castillo nº6. Las Palmas de Gran Canaria
Horario: de 10:00 a 13:00 y de 18:00 a 21:00 horas

“Un búnker es un espacio vacío que puede ser llenado de imagen”

Entrevista de MARIANO DE SANTA ANA a Jose J*TORRES

El mar avanza, penetra en las tierras habitadas y sepulta a su paso toda figura, toda exterioridad. José J* Torres lo percibe, detecta que la línea de playa de su infancia se desplaza, pero no regresa a los búnkeres de Puerto Lajas para vigilar el mar. Su propósito es enfrentar el asedio de las imágenes mentales. Pero si la fotografía, su herramienta de observación, adensa la oscuridad, estos fortines desperdigados en su memoria se han convertido en criptas en las que, sólo en algunos instantes de peligro, lo que se conserva secretamente activo resplandece. Por ello no resulta inexacto referir este trabajo de José J* Torres como cámara interior.

-¿Qué peso tienen tu memoria individual y la memoria del territorio de Fuerteventura en este trabajo sobre estos búnkeres?
-De niño pasaba los veranos en Puerto Lajas, un pueblo de Fuerteventura cercano a la casa familiar de Puerto del Rosario. El pueblo tiene una playa que está flanqueada por estas casamatas en las que jugaba con mis primos. Su pesada estructura y su oscuridad, rota solo por la luz que entra por las aspilleras, hacían de ellas un escondite perfecto para nosotros. Años después entraron a robar en mi casa, en Las Palmas, y me quitaron todo el trabajo fotográfico que había hecho hasta entonces. Me encontré desolado, desprotegido. Sentía que me habían amputado parte de mi memoria y decidí pasar unos días en casa de mis padres. Luego, en el vuelo de regreso vi desde el aire los búnkeres de la playa y pensé que eran un símbolo de protección. Fue una relevación. Entonces, desde que pude, volví a Fuerteventura decidido a fotografiarlos. En un momento dado, cuando descargaba las fotografías en el ordenador, mi padre las vio y me comentó que mi abuelo, que para entonces padecía Alzheimer en estado avanzado, había pasado tres años del servicio militar en uno de estos búnkeres. Tres años dedicado sólo a vigilar el horizonte, a la espera de un enemigo que, afortunadamente, nunca apareció. Mi abuelo, con el que me unía un vínculo estrecho, era un ser fascinante. Su pérdida de memoria lo fue desdibujando poco a poco. Esto, unido a su carácter reservado, hizo imposible que me relatara aquel episodio de su juventud. Así y todo me decidí a investigar sobre los nidos de la costa y descubrí que se habían construido durante la Segunda Guerra Mundial. Me resultó extraño que ni en el colegio, ni en el instituto nos hablaran sobre la posibilidad de que las Islas hubiesen sido invadidas entonces por los ingleses.

-Podría decirse, entonces, que tu trabajo es una exploración de corredores subterráneos entre el búnker, como espacio replegado sobre sí mismo y descolgado de su tiempo, y la mente convertida en una ruina.
-La ruina nos recuerda nuestra naturaleza efímera. La observación de estos restos nos produce un extraño placer melancólico en el que nos enfrentamos a nuestro propio futuro. Como dice Rebecca Solnit, “todo es la ruina que nos precedió. Una mesa es la ruina de un árbol, como lo es el papel que tienes en tus manos”. Cuando me enfrentaba a una mente que se borraba poco a poco como la de mi abuelo y veía la sensación de vacío en sus ojos, percibía lo efímero de mi propia memoria. La lenta desaparición del recuerdo provocaba que el hombre que tenía ante mí se me presentara casi como un desconocido. Efectivamente, veo conexiones entre la mente ruinosa y las fortificaciones olvidadas en el paisaje.

-El búnker es un trasunto metafórico del proceso de borrado de la memoria, y del borrado de la existencia, de tu abuelo, pero también un espacio real que forma parte de su biografía. ¿A qué tipo de pensamientos te conduce la evocación de ese momento de su juventud, ese tiempo en el que aún no habías irrumpido en el mundo?
-Puedo imaginar a ese joven, mi abuelo, en el interior del búnker, esperando a un enemigo difuso, fantasear con los sentimientos que puede provocar una situación tal. Como te he dicho, la poca información de que dispongo sobre ese episodio me la transmitió mi padre a partir de lo que recuerda que le contó mi abuelo. También me contaron algunas cosas los amigos de su quinta, que prácticamente ha desaparecido ya, y que investían con un halo romántico todo lo que tuviese que ver con la guerra. Recuerdo, así mismo, a mi abuelo, antes de su enfermedad, como un pastor que pasaba las horas observando el horizonte mientras sus cabras buscaban comida. Tengo para mí que esa capacidad de abstracción del paisaje la adquirió cuando vigilaba el mar desde el búnker.

-La experiencia interior generada por la extrema atención al horizonte marino desde el búnker comparte algo con la vivencia infantil del juego en esta fortificación: el tiempo es vivido como un presente eterno.
-Los humanos tenemos enormes dificultades para vivir en el presente porque nuestro pensamiento oscila continuamente entre la memoria y la anticipación. El niño que fui, el que jugaba en los búnkeres, no era consciente de su vida. Mi abuelo si lo era y logró vivir en su presente. Y yo, ahora que soy adulto, intento incorporar su enseñanza. También cuando observo el horizonte.

-Hay entonces una colisión de memorias: una memoria sin recuerdo, lo que te contaron de la juventud de tu abuelo, y una memoria con recuerdo, la de tu vivencia de su declive y la de tus juegos infantiles en estos refugios. ¿Qué otras latencias detectas en estos blocaos vacíos?
-En mi infancia el acceso a estos búnkeres estaba prohibido, lo que los hacía más misteriosos aún. Los mayores los utilizaban como escondite para fumar porros o para hacer el amor con sus novias. A veces nos contaban sus batallas y los pequeños nos pegábamos a ellos para aprender de la vida. Recuerdo que más tarde, durante una fiesta del pueblo, en uno de ellos se instaló un chiringuito, uno de estos búnkeres fue convertido en una especie de almacén de refrescos. Pero el búnker que a mí más me atrae es otro. Es uno que no se encuentra en la playa sino en un lugar rocoso que los pescadores utilizan para coger carnada. Su posición respecto al mar ha cambiado desde mi infancia. La orilla se ha acercado unos metros y su interior está lleno de agua que deja la pleamar. Ahora viven en él cangrejos, cabozos, pulpos, etc. El búnker es ahora un refugio para la vida marina.

-Vida marina en el espacio de la liquidación.
-O frontera de la liquidación. Al fin y al cabo la zona de marisqueo también es un campo de batalla.

-Estas fortificaciones son también un punto de colisión entre la memoria y la historia. ¿Qué has investigado al respecto?
-Cuando buscaba información sobre la historia de estas fortificaciones di con la web del Aula de Estudios Sociedad-Ejército de la Universidad de Las Palmas, que tiene un mapa detallado de los búnkeres de Gran Canaria en el que se explica que todos ellos fueron construidos durante la Segunda Guerra Mundial. Supuse entonces que, contra lo que había creído hasta ese momento, los de Fuerteventura tampoco eran de la Guerra Civil. Luego leí el libro Canarias indefensa, de Juan José Díaz Benítez, y supe por él del interés geoestratégico que nuestro Archipiélago tuvo durante la guerra, tanto para los británicos como para los alemanes. Los ingleses por la presumible pérdida de Gibraltar, si Franco se decidía a entrar en el conflicto junto a Hitler, los alemanes porque aspiraban a convertir Canarias en la punta de lanza de su imperio en África Central. Para 1941 los británicos tenían a punto un plan de invasión del Archipiélago, el Plan Pilgrim, que habrían ejecutado de inmediato si España, como estuvo a punto de suceder, hubiese entrado en la guerra. Los búnkeres de las Islas, como estos de Fuerteventura que he investigado, se realizaron para prevenir este intento de invasión. Ésta, finalmente, no se produjo, pero, como explica Díaz Benítez, si los ingleses hubiesen desembarcado habrían conseguido su objetivo sin mucha dificultad, pues para contenerlos no bastaban una artillería obsoleta y un ejército de soldados hambrientos, entre los que se encontraba mi abuelo.

-Este momento histórico, en el que España estuvo a punto de volver a precipitarse en el abismo, se remonta apenas a tres generaciones y, sin embargo, parece como si hubiese ocurrido en un tiempo arcaico, en una era remota de la que se conservan estos restos que Paul Virilio llamaría fósiles.
-Su forma remite igualmente a construcciones antiguas. De hecho Virilio habla también de su condición, involuntaria, de arquitectura sagrada porque los búnkeres tienen la energía de lo que se oculta.

-Con este descubrimiento reflexionas así mismo sobre el proceso de construcción colectiva de la memoria, sobre el hecho de que en la escuela nunca te hablaran sobre hechos de tan extrema gravedad. Por tanto, estos monolitos abandonados en la playa son para ti, también, testigos mudos de la ceremonia del olvido.
-Esa ceremonia la celebramos continuamente. En el Colegio Sagrado Corazón de Puerto del Rosario nunca me contaron nada de este asunto. De hecho no tuve consciencia de que este país había sido dirigido por un dictador fascista hasta mucho después, ni me contaron gran cosa sobre la Guerra Civil, ni sobre la represión posterior, ni sobre las simpatías de Franco por Hitler. Luego en el instituto tampoco me contaron nada sobre la posibilidad de que España hubiese podido entrar en la Segunda Guerra Mundial. Todo esto lo supe sólo cuando empecé a investigar sobre estos búnkeres.

-Por la potencia que parecen tener para generar tensión entre los niveles del tiempo de que hablas, y por su carácter de miradores que perciben el espacio entero como un fuera de campo, ¿dirías que estos búnkeres son un trasunto de tu propia fotografía?
-Cuando haces una fotografía parapetas la mirada tras la cámara y seleccionas un fragmento del mundo exterior. Es una sensación parecida a la de mirar desde dentro de un búnker. Me gusta pensar en el cruce de miradas que se establece a través de estos fortines: una mirada seleccionó la porción de esa otra mirada que tendría que vigilar durante largo tiempo de manera oculta. Luego está la mirada del observador exterior, que desconfía de una posible mirada que lo observa desde el interior sin ser visto. El búnker es, además, en cierto modo, una cámara oscura, un dispositivo de recepción del paisaje que se invierte en su interior. Un espacio vacío que puede ser llenado de imagen.

-Un vacío expectante, por tanto.
-Como dice Fernando R. de la Flor en su libro Blocao en el corazón titánico del búnker –cito de memoria- hay un vacío que suponemos candente, un vacío que conforma el espacio donde el tiempo va depositando sedimentos. Algunos de estos fortines tienen capas de memoria trágica: una chica se suicidó arrojándose al mar desde uno de los búnkeres de Puerto Lajas y sus familiares lo convirtieron en un altar. Cada cierto tiempo depositan en él flores, juguetes y fotos.

-La tensión de este trabajo está igualmente en el orden del lenguaje. La palabra nido del título evoca a la vez nacimiento y aniquilación.
-Mi padre los llama nichos. No sé si por confusión o porque los asocia con una imagen de la muerte.

Author: J.A.D

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